jueves, 3 de septiembre de 2009

V. E. R. (Pruebas incriminatorias)

Hoy quiero presentaros un relato de un buen amigo, elfo y escritor novel. Para mí es un honor que me la haya cedido para que la publique en mi pequeño rincón. Diría un montón de cosas sobre él, pero eso sería robarle el protagonismo a su historia. Así que sin nada más que decir. Os dejo con su obra. Espero que os guste tanto como me ha gustado a mí.

V.E.R. (pruebas incriminatorias))


Este cuento está dedicado a una persona muy especial que me enseñó a tomarme la vida con un poco más de humor y alegría. Quien me conozca ahora no podrá creer que antes fui serio o amargado, pues, el hecho de que no puedan creer eso los que ahora me ven es por la acción del destinatario de esta dedicatoria. Para ti, J.L.L., por enseñarme a tomarme la vida con mucha más alegría, a reírme de las adversidades, y a reírme al fin y al cabo, de mi mismo. Porque sin tu ayuda no hubiera podido conocer todo lo que hoy conozco, ni reírme de todo lo que hoy me río. Porque, al fin y al cabo, ¿No es la risa la mejor forma de sobrellevar la vida? ¿No es la risa, según Pablo Neruda, el idioma del alma? ¿No es si no la risa, lo más encantador del ser humano? ¿No es la risa, y más la risa con alegría, la belleza que cautiva? ¿Quién no se ha enamorado de la risa de una bella señorita? ¿Quién no ha reído al ver reír a un niño?
Para ti, J.L.L., porque sin tu risa hoy no podría reír. Porque sin tus enseñanzas, hoy no podría decir que soy el que soy ahora.
No sabiendo en dónde estás, siempre sé que estarás a mi lado. No sabiendo qué es de tu vida, o por dónde te han llevado vuestros caminos, siempre sé que estarás conmigo.
Para J.L.L. de V.A.

I

Era viernes, en una modesta casa de Londres. El silencio sólo interrumpido por los esporádicos pasos de un ebrio rezagado, era atronador. En aquel apacible hogar todos dormían plácidamente cobijados por sus arropadas mantas.
La familia Roberts era la más normal del vecindario. Jamás, por consiguiente, se pudo sospechar que una serie de eventos curiosos y extraños pudieran alterar su vida rutinaria y tranquila. Fue, como ya dije anteriormente, por tanto, muy sorprendente que aquel viernes, pasadas las doce de la medianoche, sonara el teléfono en la mesita de noche del señor Richard Roberts.
El jefe de la familia Roberts, esposo de Rose, y padre de tres hijos se vio muy sorprendido y aturdido cuando el teléfono de su mesita de noche comenzó a sonar. Primero creyó que se trataba de su despertador, pero luego recordó que esa noche no lo había puesto, ya que al día siguiente no tendría que trabajar. Luego, aún apabullado por la modorra pensó que se trataba del timbre. “Quizás el repartidor del periódico”, musitó. Pero de inmediato descartó la idea. Estaba muy oscuro, y aquel atolondrado muchacho siempre llegaba después de las nueve de la mañana. Con lo que Richard se preguntaba si no era mejor dejar de comprar el periódico y comenzar a ver el informativo matutino. “Además –reflexionó-, ese chico jamás tocaba el timbre. Siempre arrojaba el periódico desde su bicicleta”. Y haciendo un soberano esfuerzo por poner en funcionamiento sus neuronas se martilló el cerebro: “Entonces… ¿De qué se trata?” Se incorporó un poco en la cama, y sólo en ese instante comprendió que se trataba del teléfono que reposaba en la mesita de noche. Seguía sonando con agudos y regulares chillidos. El hombre sacudió la cabeza para despabilarse y con gesto somnoliento descolgó el auricular.
-Buenas noches –dijo con voz cansada y algo ronca-. ¿En qué…?
…-¡Buenas noches! –cortó una voz tajante y potente-. ¡¿Hablo con el señor Richard Roberts?! –preguntó sin inmutar en lo más mínimo su tono.
Richard quedó desconcertado. Eso definitivamente lo había terminado de convencer. Dentro de sí tenía una confusa mezcla de sensaciones, entre ellas: Sueño, confusión, incertidumbre, asombro, e indignación. “¡Cómo es posible esto!” pensó. “En una sociedad civilizada que a uno le despierten a las tres de la madrugada, que le griten por teléfono, y que le traten como a un perro”.
No podía creer cuán descaradas eran las personas. Y de muy mala manera contestó: -Sí, él habla. ¿Qué le urge a usted?
-Soy el teniente Eric Carowell, de la policía de Londres –respondió la otra voz.
-Y se podría saber… -inquirió Richard-, ¡Por qué causa soy despertado a las tres de la madrugada y tratado como si fuera un prisionero de mala calaña!
-Ante todo –respondió bruscamente el teniente-, he de informarle que usted no se encuentra en ningún derecho de reclamar ni solicitar ningún trato medianamente Cortez.
-¡Y porqué razón!
-Por la sencilla razón –dijo Carowell-, de que usted ha criado a una delincuente en potencia.
El grado de indignación de Richard Roberts alcanzó su punto cumbre y estalló: -¡¡¡Cómo dice!!! ¡Usted está verdaderamente chalado! ¡Es de este modo, con personas como usted aplicando justicia, que este país se está cayendo a pedazos! ¡Es por culpa de gente como usted que la gente decente, respetable y trabajadora como mi esposa y yo tengamos que sufrir las adversidades de la economía! ¡Usted! ¡Usted! ¡Usted… libertino y corrupto…!
…-¡Cuide sus palabras, caballero! –Cortó la voz metálica del teniente-. No tengo constancia de que yo sea todo lo que usted afirma, y más le vale, por consiguiente, cerrar la boca. Ya que de otro modo, me veré forzado a tomar medidas y demandarlos por daño psicológico, calumnias y difamación. Le recuerdo, mi estimado señor, que yo soy la representación de la ley.
-Pe-pe-pero –tartamudeó Richard-. Usted… mi hija… una delincuente…
-Será mejor que se haga la idea de que su hija es precisamente una delincuente –dijo Carowell-. Hace tiempo que venimos siguiendo su rastro, y esta noche por fin hemos conseguido atraparla con las manos en la masa.
-¡Pero mi hija es una niña de cinco años! ¡Ella es inocente! –protestó Richard.
-Toooodos son inocentes –replicó Carowell con voz fastidiada-. ¿Sabe cuántos me han venido con ese discurso?
Richard estaba estupefacto. Era ridículo, que un teniente de la policía londinense malgastara su tiempo en hacer una broma como aquella, era lo más ridículo que había visto en su vida. No podía terminar de creerlo, pero tenía mucha curiosidad por saber a qué se debía esa broma, y decidió continuar el juego. Así pues, con una voz preocupada, preguntó: -¿De qué se acusa a mi niña?
El teniente dio un resoplido y dijo: -Su hija, la señorita Victoire Elizabeth Roberts, nacida el día 1º de septiembre del año 1996, es acusada de portación ilegal de armas, contrabando de cocaína, asalto a mano armada, y contrabando de niños.
Listo, aquello era suficiente, había decidido que le seguiría el juego lo suficiente como para poder hacerlo quedar a la altura del betún.
Entonces –tanteó Richard-, ¿Puedo ir a ver a mi hija a comisaría?
-Ejem… creo que eso sí es posible, y parte del protocolo, señor. Debe venir inmediatamente a la comisaría de hilltone Street a reconocer a la delincuente, y podrá hablar con ella.

Usualmente Richard Roberts era un hombre tranquilo y calmo que no habría accedido a semejante propuesta por considerarla absurda e hilarantemente patética. Pero en aquella ocasión estaba lo suficientemente indignado como para levantarse de su cama, abrigarse bien, y tomar un taxi hasta la comisaría.
Al llegar allí pidió hablar con el teniente Carowell, y después de una larga espera de quince minutos le comunicaron que el teniente Carowell había partido a una persecución, pues una delincuente juvenil había escapado en sus propias narices. Maldiciendo y mascullando por lo bajo Richard Roberts salió de la comisaría hecho una furia, y tomó un tren de regreso a su hogar.
“Nunca más”, se decía, “el sistema es una verdadera porquería. Es por culpa de gente que está sólo por estar que tenemos la situación que tenemos”. Cuando llegó a su casa, calado hasta los huesos, subió las escaleras y fue hasta el cuarto de su hija menor. En la puerta había un cartel que rezaba: “V.E.R.”. Suavemente abrió la puerta, y miró atentamente hacia la cama de su pequeña. Allí reposaba, durmiendo y con una sonrisa de paz pintada en el rostro, una tierna niña de no más de cinco años. Su respiración era profunda y calma, y la sola imagen hubiera bastado para tranquilizar a un toro embravecido. Richard suspiró de alivio, y lenta, muy lentamente cerró la puerta.
Caminó despacio y sin hacer ruido hasta su alcoba y allí se recostó junto a su mujer. Con una última maldición por lo bajo que sonó a: “Papanatas que no hace más que perder el tiempo”. Se quedó dormido profundamente. Su mente estaría tranquila de todo remordimiento, pues como él había visto las cosas, todo estaba normal y pacífico.

II

Lo que Richard no sabía era que momentos antes de que llegara a su hogar una figura pequeña y negra corría sigilosa por entre los macizos y los setos. Saltó la barandilla que separaba el jardín trasero, y corrió presurosa hacia una enramada que trepaba por una pared de la casa. Escaló con agilidad la mata de hierba, y abrió la ventana de un cuarto.
Una pequeña niña de cinco años entraba en ese momento a su dormitorio, se quitaba un pasamontañas color rojo, y rápida se metía en su cama adoptando la posición más tranquila posible.
Momentos después su padre, Richard Roberts, entraba sigiloso a la habitación, veía la calma figura de su hija, y se iba a dormir tranquilo y en paz.
Luego, la niña abrió sus ojos levemente, vio que su padre se había ido, y saltó de la cama. “Por poco te atrapan”, pensó,” tendrás que tener más cuidado la próxima, amiga. Por suerte tu padre no es capaz de verificar si tus zapatos están al lado de tu cama o no”. La niña sonrió con una traviesa sonrisa, y tras ponerse su ropa de cama se recostó y quedó profundamente dormida.

III

Aquella noche el teniente Carowell volvió frustrado hacia la comisaría. Se le había vuelto a escapar, y lo había hecho quedar como un payaso ante toda la división. Llegó a su oficina mascullando entre dientes mientras pensaba: “Una niña, una niña te ha ganado”. “No mereces llamarte teniente”. “¡Una niña te hizo quedar en ridículo! ¡Una niña se te escapó de entre las zarpas! ¡Una niña te dio esquinazo! ¡Una pequeña niña violó las leyes y se burló de ti!” “Pedazo de inepto”…
El teniente se sentó a su escritorio y movió algunos papeles. De repente sonó el timbre del intercomunicador y oprimió el botón para hablar.
-Teniente Carowell al habla –dijo.
-¿Teniente? ¿Está disponible? –preguntó una joven voz femenina y muy provocadora.
-Si no lo estuviera –dijo él al borde de la exasperación, ¿Atendería el intercomunicador?
Se hizo silencio en la línea.
-Mi señor –dijo la voz-, ya está listo lo que usted pidió.
-¿Lo dejaron en el expreso sitio en el que les pedí? –inquirió desconfiado el teniente.
La secretaria titubeó un momento antes de hablar. Luego, con una voz dubitativa, dijo: -Sí señor, hemos dejado… las pruebas en el lugar donde nos indicó.
-¡Perfecto! –exclamó el teniente y cortó la comunicación.

IV

La secretaria, Susan Andersen, siempre se preguntó el porqué su jefe había ordenado que guardaran una serie tan extraña y peculiar de “pruebas” en el almacén más seguro y fortificado de la central.
Desde aquella noche en el almacén de pruebas físicas más custodiado, que era utilizado, normalmente, para guardar armas y materiales incautados a los criminales; se escondía entre sus paredes una frágil caja de cartón etiquetada: “V.E.R. (pruebas incriminatorias)”.
La caja contenía una bolsa de papel madera rotulada como: “Almuerzo de Billy Stuart”, Una bolsita con restos de azúcar de caramelos, una pequeña arma lanza-agua, y un pequeño bebé de juguete.

Fin.



Sir Nícolas Vásquez de Aragón.

9 comentarios:

Nicolás dijo...

Ante todo... he de agradeceros mucho, mucho, muy pero muy mucho, por publicarlo en tu blog. Es todo un honor para mi que se publique en este blog una de mis pequeñas obras. No es un cuento que me haya salido bien, pero disfruté mucho haciéndolo, y tiene algo muy especial para mi. Gracias nuevamente, y espero no espantar a los lectores. XD
Con una reverencia y saludo... se despide hasta la próxima.

Nicolás dijo...

Oh, y claro... como siempre os halabo el gusto musical, y has puesto una sonorización acorde al relato.. Pienso que un estilo así debería sonar si se hiciera una película de este cuento. ¡Muchas gracias nuevamente!

Anónimo dijo...

Nícolas, no quiero oírte decir que no te ha salido bien. ES un buen relato, muy divertido, por lo menos yo me reí mucho al leerlo, y si algo necesitamos en estos tiempos difíciles es reírnos.

Y no dejes que te influyan las críticas de esas viejas cacatúas de tus compañeras del taller. Creo que en el fondo están celosas de tu talento y tu juventud, dos cosas que ellas ya no tienen. Y sí, tienes talento, no sólo lo digo yo, y lo sabes. Sólo tienes que ir trabajándolo. si un atleta para llegar a la élite ha de entrenar muy duro su disciplina, un escritor también ha de hacerlo, escribiendo sin descanso. Y ya sabes que se escribe con el corazón, no con la gramática o el diccionario.

No sabes lo muy honrada que me siento con el regalo que me has hecho a mí y a mis lectores y seguidores.

GRacias de corazón.

Los Fantasmas del Paraíso dijo...

Guau, realmente me he quedado impresionado. Tiene muchas características que me encantan: el final abierto y sorprendente, que te hace pensar y sumergirte en ese mundo, el multiperspectivismo, que te ayuda a conocer mejor a los personajes...

Al ver la longitud pensé que se me haría demasiado largo, pero para nada, me ha parecido muy interesante.

Anónimo dijo...

Celebro que te haya gustado.

El relato es de Nícolas, que amablemente me lo cedió para publicarlo aquí.
Y creo que si visitas el salón, no debes perderte "El diario" y "Cuestión de edad" son buenísimos.
Y no digo esto porque sea amigo mío, realmente lo son.

Nicolás dijo...

Muchísimas gracias por vuestras palabras, me alagan y me impulsan a seguir escribiendo. Bueno... ¿Jengibre? Creo que he tenido más éxito del que esperaba. XD Mil gracias, nuevamente, por pubglicarlo por aquí. Y Fantasmas, tranquilo, todos mis cuentos son de esa longitud, y ha habido algunos que son de mayor tamaño.

Anónimo dijo...

Nícolas, no te olvides que también has escrito un micro relato... ¡¡¡y es muy bueno!!!

cómo siempre te he dicho, tienes futuro en esto. Harás grandes cosas. Yo sólo escribiré pequeños cuentos en un pequeño blog.

Nicolás dijo...

OH, eso piensas tú.... no te he contado una parte de mi aventura que te sorprenderá mucho... pero digamos que si por casualidad llegara a editar alguna antología.... tú estarás allí con tus cuentos! Gracias por decirme que tengo futuro, pero por ahora esto es un hobye, muy liberador y entretenida. Y sí, me has hecho recordar mi microrelato..... que dentro del mundo literato se denomina microcuento.

Los Fantasmas del Paraíso dijo...

El diario ya lo he leído, y comparto tu opinión. Respecto al otro, lo pondré en la lista de cosas pendientes (una lista prácticamente vacía, por lo que la espera será mínima).

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